Los brutales atentados de París nos obligan a serenarnos y plantearnos, en primer lugar, el tipo de sociedad que queremos ser y, después, la respuesta que daremos a delitos de tanta gravedad; las primeras reacciones de los políticos no parecen apuntar en la dirección correcta y sí sugieren que se pretenderá usar la barbarie yihadista como una nueva excusa para recortar nuestras libertades y derechos. La pregunta es si lo vamos a permitir o no.
Tales medidas solo han servido para recortar la libertad y los derechos civiles de millones de ciudadanos pero, muy al contrario de lo que nos prometieron, no han servido para que nuestras sociedades sean más seguras, más igualitarias, más solidarias o más democráticas sino todo lo contrario y marcadamente fascistas.
En la forma en que han actuado, y siguen actuando, los Estados Unidos no combate un fenómeno criminal como el yihadismo, más bien se le alimenta y potencia hasta niveles tales como los que estamos viendo en la actualidad. Nadie en su sano juicio puede pensar que a unas personas religiosamente radicalizadas se les va a convencer, combatir o anular con más violencia porque, justamente, esa violencia es la que alimenta su odio y su radicalismo.
Frente al yihadismo no existen atajos ni trampas al solitario; una sociedad democrática, ante ataques como el de París, ha de crecerse y definirse pero jamás implicarse en actos que nos alejan de aquello que queremos ser o presumimos de ser.
Solo hay un camino para combatir el fanatismo y espero que no se escoja ningún otro y, mucho menos, que se nos recorten derechos y libertades como si de ello dependiese nuestra seguridad porque no es cierto y quien lo diga miente o pretende arrastrarnos hacia un fascismo incompatible con lo que, mayoritariamente, deseamos como modelo de sociedad.