Todos sabemos que bastaría un solo escaño para proyectar la sensación de que todo ha cambiado a partir de hoy en Galicia.
La campaña ha sido dura.
Comenzó con la aparición de pellets en las playas gallegas, acompañada de un cruce de reproches entre responsables del Ejecutivo autonómico y del Gobierno central. Pero, de pronto, los pellets desaparecieron de escena. Como si así lo hubiera decidido no se sabe quién.
La amnistía ocupó el lugar de aquellos diminutos granos de material plástico, pero en sentido contrario.
Su crítica pareció apropiarse de todo, sin que las candidaturas favorables a esa concesión al independentismo catalán tuvieran posibilidad alguna de escabullirse de una diatriba demasiado maniquea para el sentir popular.
Pero de pronto, un encuentro ‘off the record’ del PP con un grupo de periodistas situó a los populares en una enorme confusión respecto a sus intenciones de fondo. Sobre si consideran pendiente la reconciliación en y con Cataluña, sobre si la amnistía pudo ser motivo de reflexión durante 46 horas, o sobre si en su caso el Gobierno podría ser indulgente con condiciones.
Pero aunque la confrontación electoral haya parecido esta vez más tensionada, más polarizada que nunca, es la percepción de quienes contemplamos a distancia lo que ocurre allí, fijándonos únicamente en los titulares que paisanas y paisanos siguen aún a más distancia.