No habrá juego limpio en esta campaña. Y a partir de ahora, en vez de centrarse donde debería, la elección entre democracia o iliberalismo, se presentará como una opción entre senilidad o insania.
Con otro rasgo no menor: a los votantes de Trump les es indiferente cómo sea calificado, prefieren tener a un psicópata narcisista al mando antes de que gobiernen los demócratas. Podrá ser un psicópata y caer en los mismos lapsus seniles de Biden, pero es nuestro psicópata, nuestro anciano.
Lo que no se entiende es por qué los demócratas se han dejado llevar a esta trampa. Sobre todo, teniendo en cuenta que es el único error que podían haber controlado.
En la anterior elección, el mismo Biden se presentó además como puente generacional, siempre dispuesto a dejar paso a los más jóvenes; ahora rompe con su promesa.
Lo más sorprendente es que nadie en su entorno ha sido capaz de evitarlo. Quizá por sus propias ambiciones a disfrutar de cargos, por participar de ese mismo síndrome. Siempre hay un premio para los más leales.
Lo peor de todo es que en uno de los momentos políticos más delicados desde la Segunda Guerra Mundial nos pone a todos al pie de los caballos.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en el Despacho Oval de la Casa Blanca en Washington, este viernes.EVELYN HOCKSTEIN (REUTERS)
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