Se anunciaba una “Salomé” que no iba a dejar indiferente al espectador y así ha sido en el estreno de esta obra en el Arriaga.
Una sensual princesa que pese a vivir en Palacio, se auto-proclama la “voz” de las mujeres sin nombre que ha habido en la historia, a la sombra de maridos, padres o hermanos, de las mujeres que cada día se levantan a trabajar y que cuidan a sus hijos.
Los actores muy bien. Quizás, lo que menos me ha convencido haya sido la música.
"Salomé" es Historia. Historia brutal. Este cuento lo pueblan personas que han existido y se han cruzado en las calles. En los primeros años del Siglo I de nuestra Era, los romanos continúan invadiendo las tierras que rodean el Mediterráneo. Colocan monarcas, dictadores salvajes para someter a sus gentes. Llegan a Judea. Y allí una princesa, Salomé, apoya en secreto a los rebeldes que resisten al gobierno del Rey Herodes, ese títere corrupto nombrado por Roma. Un hombre sin moral que gobierna sin ley.
Juan el Bautista, líder espiritual de su pueblo, grita contra el invasor y se descarna cautivo en la prisión del Palacio de Herodes. Da la vida por un Tiempo Nuevo. Es un Profeta. Dice que la esperanza es el aliento de todos los sueños. Y enciende el deseo de la Princesa.
Salomé, perdida en la cabeza de su amado Juan el Bautista, sufre. Rechazada por él se transforma en una mujer sangrante. Salomé, expresión del Poder Sensual Absoluto, extrema su deseo por el Bautista. Un deseo que se desborda en muerte.