El presidente de los EE.UU, Donald Trump. Reuters elcorreo.com//roberto-r-aramayo |
del tecno-neo-feudalismo buscando la protección del rey, cotejándolo por detentar un poder mayor. Si alguna de sus corporaciones recibe alguna penalización por infringir la legislación del país en que operan, como ha sucedido recientemente con Google por parte de la Unión Europea, Trump amenaza con subidas arancelarias para que se condonen esas infracciones, como si su mandato le habilitase para neutralizar las leyes vigentes en otros lugares, al igual que gusta hacer con las de su propio feudo, saltándose a la torera lo que puedan dictaminar jueces o gobernadores que no coincidan con sus caprichosos criterios.
Así las cosas, es lógico que a Trump le moleste sobremanera la insumisión de algunos respondones como el presidente del Gobierno español, empeñado en defender su propio criterio en la cotización de la OTAN o el reconocimiento del Estado palestino. Esa desobediencia solivianta su carácter irascible y suscita graves amenazas de represalia.
Sin embargo, el paradójico aspirante al Premio Nobel de la Paz no consigue que los homólogos a quienes tiene por amigos le hagan mucho caso. Y por otra parte, la Casa Blanca ha pisado muchos callos en los últimos meses y no ha hecho nuevos amigos. Es lo que pasa cuando la diplomacia se ve sustituida por las amenazas.
Se diría que Trump no es capaz de imponer su criterio para neutralizar tales conflictos bélico, aunque para ello, claro está, debería comenzar por tener una postura que no cambiase veleidosamente a cada paso, afirmando una tesis y la contraria sin solución de continuidad.
Lo peor es que muy probablemente a Trump no le importe demasiado ver socavada su influencia en la esfera internacional, siempre y cuando esa circunstancia no perjudique a su bolsillo particular o eventualmente pueda brindarle una inesperada rentabilidad pecuniaria, como corresponde a un plutócrata de manual, interesado únicamente por incrementar su propio patrimonio y el de su entorno. Cosas tales como el bienestar social o los derechos humanos quedan relegados a un segundo plano en cuanto haya una posible ganancia que incremente sus finanzas particulares.