![]() |
| lectura.kioskoymas.com/ ramon-jauregui |
Un segundo factor es el reconocimiento de los indudables beneficios que la Constitución nos ha proporcionado. No hay, en la tumultuosa y fratricida historia española, un periodo tan largo –casi cincuenta años– con mayor nivel de libertad, paz y progreso que el que hemos disfrutado con ella. Incluso para quienes se abstuvieron o votaron en contra de aquel texto, puede decirse, sin temor a ofenderles, que la Constitución no ha representado un freno o un impedimento a sus aspiraciones y a sus proyectos.
Y la tercera razón. Todos los elementos claves de nuestra Constitución fueron consensuados sobre la base de mutuas renuncias. No hace falta enumerarlas, son bastante evidentes.
Necesitamos proponer reformas constitucionales. Por ejemplo, para hacer más fácil su propia reforma, en aspectos no básicos, mediante procedimientos que no requieran referéndum. O para constitucionalizar nuevos derechos básicos (vivienda o sanidad), o para cambiar el Senado y el reparto competencial hacia un Estado federal, o nuestra inserción jurídica y política en Europa, o tantos otros capítulos que los cambios producidos estas décadas reclaman.
Hay que reformar la Constitución, sí, pero, una vez más, solo por consenso. Y hacer una nueva pretendiendo imponer nuestro modelo a los otros, no funcionaría. El problema es que en estos momentos, "los otros" no parece que esten dispuestos ni a sentarse en la mesa.
