País Vasco, 1937. Karmele y su familia se refugian en Francia tras ser expulsados de su hogar a causa de la guerra.
Allí, Karmele es contactada por la embajada cultural vasca en el exilio, que trata de luchar contra la guerra a través de la música y el baile, y conoce a Txomin, trompetista profesional del que se enamora.
Después de vivir un tiempo en Venezuela, la pareja vuelve a casa con la esperanza de recuperar todo aquello que les fue arrebatado.
La película narra un periodo ya muy visto y proclive a la naftalina y a la pesadumbre, pero creo que consiguen hacer algo distinto y puesto al día, austero pero fresco y con aliento poético, sin salirse de una narración clásica, alcanzando, contra todo pronóstico, las más altas cotas de emoción y brillantez en los coros y bailes folclóricos a los que Karmele se suma para promocionar la causa más allá de los Pirineos.
Una notable recreación histórica que resulta especialmente pertinente en la actualidad, cuando el fascismo vuelve a llenar pabellones deportivos.