Hace unos días entré en una pequeña oficina bancaria a realizar una gestión rutinaria. Solo había una trabajadora atendiendo a la clientela que, para entrar al local, previamente teníamos que tocar el timbre para que ella, una vez nos viese, nos abriese la puerta.
Así estaba transcurriendo los cinco minutos que llevaba dentro esperando a mi turno, cuando un recadista motero tocó el timbre para entregar un sobre. Hasta aquí todo "normal". Entonces fue cuando la trabajadora, desde su posición, le invito al joven a que se quitase el casco para poderle ver la cara adecuadamente. El joven así lo hizo y penetró al interior del local. La trabajadora se justificó, ante él y ante los allí presentes, argumentando que se trataba de motivos de seguridad puestos por la empresa. A todo el mundo aquello le pareció razonable.
Cuando me tocó el turno, le pregunté a la trabajadora si me permitía plantearle una cuestión ajena al negocio, y al responderme afirmativamente le cuestioné:
-¿Habrías actuado igual, utilizando los mismos argumentos, si la persona que llamó a la puerta, en vez de ser un joven motero, hubiese sido una mujer musulmana con la cabeza tapada?
La mujer me miró sorprendida, asegurándome que nunca se lo había planteado, y me comentó que trasladaría la cuestión a sus superiores.
¿Es posible que "sacrifiquemos la seguridad" en aras de un falso respeto a unas creencias o costumbres que, por su arcaísmo, ya no se ajustan a las medidas habituales que entre nosotros nos solemos autoimponer?