Treinta años después de que la clase política se hiciese esta pregunta, y en un nuevo ejemplo de cómo se puede eternizar y enfangar una discusión en Euskadi, no sólo no hay una respuesta común, sino que el fuego de la polémica se ha avivado, tal como se cuenta en la prensa escrita de hoy.
Evidentemente, cuando las cosas se hacen mal desde el principio, es difícil enderezarlas y arreglarlas después. Y si a esta frase añadimos los ingredientes "política" y "Euskadi" pues más difícil todavía.
Hace tres décadas no se tuvo la valentía de aceptar la realidad y asumir Euskadi como un país y no como una suma injusta de reinos de taifas iguales y desmembrados, "celosos" de su propia "autonomía" y capacidad de decidir.
El caso es que si uno tira por aquí y otro por allá, sin mucha coordinación y demasiados intereses particulares, la criatura resultante es difícil de sacar adelante. Si a eso añadimos que por aquellas fechas se aprobó una ley, que por cierto también está estos días en candelero, que llamaron LTH, para algunos sacro santa e inamovible, y para muchos, hoy en día, creo que los más, injusta y necesariamente revisable y amoldable a las nuevas realidades, tenemos ante nosotros una realidad difícil de digerir y que cuanto antes actualicemos mejor.
Estamos a un año de las elecciones municipales y empezaremos a oír burradas y localismos ridículos. Preparémonos. Pero la vida continuará por los cauces reales, la capital, a efectos prácticos, seguirá siendo Bilbao, pero el voto de los ciudadanos vascos y vascas continuará valiendo distinto en función de dónde viva. Nuestros políticos, de vez en cuando, echarán alguna bravuconada pero no tendrán valor para agarrar el toro por los cuernos. ¡País!