Pello Salaburu nos recordaba la semana pasada en la prensa de Vocento que los mínimos sobre los que se puede reconstruir el porvenir son muy claros: ETA ha matado, ha asesinado, ha puesto bombas. No darse cuenta de algo tan elemental equivale a construir castillos en el aire. Dicho de otra manera, no se engañen los familiares de presos. Ahí seguirán, al menos hasta que sus avalistas quieran mirar para atrás y ver otras cosas. Estamos como antes porque Bildu lo ha querido: ha dicho que no miremos al pasado. Pues, de momento, a cerrar página.
La ventaja es que incluso en agosto no falta entretenimiento en este país. Y los de Bildu lo animan un montón, porque están que se suben. No les falta razón para estarlo, porque los votos conseguidos son los que son, una pila de ellos. Así lo han querido muchos ciudadanos. No la mayoría de ellos, pero sí una minoría muy potente. El mensaje de Bildu se resume en una frase: 'Como los tiempos han cambiado, vamos a mirar al futuro todos juntos y en unión, cogiditos de la mano'. Por tanto, no es conveniente volver nuestros ojos al pasado y traer a la memoria eso de las víctimas, que es muy triste. No: como todos hemos sufrido, vamos a hacer algo que se vea también entre todos. Son los nuevos tiempos. Vamos a tender puentes entre unos y otros, mirando siempre de frente, que hay un buen trecho por recorrer. Todos saliendo al mismo tiempo.
Este planteamiento no puede esconder la intrínseca maldad, el cinismo extremo y la sinrazón que encierra. Y como no lo puede esconder, una y otra vez aflora con naturalidad allá donde menos lo esperas. Así, hemos podido ver al diputado general de Gipuzkoa jaleado por los familiares de los presos el día de san Ignacio. Solo le faltó, como señal de ese mundo imaginario que quieren armar (perdón, quizás tenía que haber elegido otro verbo), que hubiera llevado una carta al lugar donde asesinaron a Uria (allí mismo lo tenía) pidiendo la amnistía. Total, puestos a ello... Cuando miraba la foto, me preguntaba cómo se puede afirmar que se quiere mirar al futuro, solo al futuro, y olvidar al mismo tiempo el pasado, si las pancartas que veíamos allí eran más viejas que el Capitán Trueno.
No sé cómo quien encarna la máxima institución de Gipuzkoa puede decir que hay que mirar solo hacia adelante, y por eso no conviene hablar «por ahora» de las víctimas, al mismo tiempo que se acerca a contemplar y confraternizar con su abierta sonrisa a quienes llevan años anclados en el pasado, planteando reivindicaciones que pueden ser legítimas, pero que son al mismo tiempo tan antiguas que pueden estropear con su presencia el aire fresco de estos tiempos nuevos. No, hombre, no: que no toca hablar de eso. ¿No es la postura que defienden? Pues a ser consecuentes. No toca. Ni toca invitarlos a fiestas y saraos. Simplemente, el resto no estamos maduros, y necesitamos también nuestro tiempo de digestión con tanto cambio. Así que a esperar.
Es lo malo de querer olvidar. Porque el olvido tiende a ser selectivo, pero no estúpido. No, al menos, en estas cosas y en estos temas. El sufrimiento de las familias de presos es muy entendible. Pero no olvidemos lo principal: son las paganas de una situación y un sufrimiento causado por unas personas, sus familiares, que eligieron ese camino que los acabaría convirtiendo en presos, de una forma absolutamente voluntaria. Camino elegido, además, en contra de los deseos de la mayoría de la sociedad, que ha vivido durante demasiados años achantada, castigada sin clemencia y asustada por muchos de esos energúmenos que están hoy donde están. A las familias les tiene que costar reconocer algo tan elemental como esto, que tienen a unos delincuentes por parientes, porque es demasiado doloroso. Pero así están las cosas. Y por muchos cambios que haya en la Diputación, por muchas caras sonrientes con sandalias que vean algunos ahora allá donde antes veían enemigos, por muchos trajes sin corbatas que les tiendan la mano ahora, la situación no va a cambiar para nada. Los delincuentes son eso, delincuentes: aunque parezca que su situación mejore porque su entorno reciba el saludo entusiasta del señor diputado. No se engañen. Estamos como antes, y ahí seguirán, al menos hasta que sus avalistas quieran mirar para atrás y ver otras cosas.
Estamos como antes porque Bildu lo ha querido: ha dicho que no miremos al pasado. Pues a cerrar página. Salvo que quieran volver sus ojos también, con la frente agachada, eso sí, a esas otras familias que acabaron perdiendo a padres, madres o hijos de forma involuntaria, arrasados por un huracán que nunca han podido entender. Solo cuando se atrevan de una vez a hacer frente al pasado, ver la tierra quemada (quemada por esos que están en la cárcel y cuya liberación reclaman), avergonzarse de esa barbaridad, y pedir humildemente perdón, podrán empezar a cambiar las cosas. No sé, siquiera, si la petición de perdón es posible, porque quien pide perdón está reclamando un acto extremo de generosidad a quien ha dañado, a las víctimas de la violencia. Imagínense el papelón del padre o la madre cuyo hijo fue destrozado por una bomba: ¿encima de que me ha matado al hijo, ahora le tengo que perdonar? Quizás eso de pedir perdón es una forma de hablar y haya que limitarse a aceptar que todo ha sido un enorme error.
Los mínimos sobre los que se puede reconstruir el porvenir son muy claros: ETA ha matado, ha asesinado, ha puesto bombas. Reconocer eso, para empezar. Y como decía un político tachado inmediatamente de fascista (con cuánta alegría utilizamos las palabras), pedir a sus jefes que entreguen las armas. No darse cuenta de algo tan elemental equivale a construir castillos en el aire. La realidad se impone, y me temo que los familiares tendrán que seguir con sus reivindicaciones, mientras al señor diputado se le acabará helando la sonrisa.