en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

sábado, 5 de mayo de 2012

Primero los de casa


“Primero los de casa”: en sus múltiples versiones, la definición de un “nosotros” y de un “otros” es el primer paso de todas las prácticas eliminacionistas que ha conocido la historia. La secuencia real que define las dinámicas socio-políticas que están en la base del eliminacionismo comienza con la identidad, precisa la mediación de la política y termina, en su caso, en la violencia. La violencia –la violencia de motivación política- está al final de un proceso que empieza con la construcción de un “Nosotros” homogéneo y puro radicalmente confrontado a un “Otros” igualmente homogéneo; antes de la violencia política, como condición necesaria aunque no suficiente de esta, encontramos siempre un ejercicio de estereotipificación que Ulrich Beck conceptualiza con el término de construcción política del extraño. La violencia política se ejerce siempre sobre un Otro estigmatizado, expulsado de la comunidad de reconocimiento, socialmente distante aunque físicamente próximo, definido como amenaza a la coherencia del Nosotros soñado.

Primero los de casa: este ha de ser, parece, el principio fundador de un ejercicio eficiente de la política, frente al buenismo hueco de quienes enarbolan el lenguaje universal de los derechos humanos. Pero fue el buenismo el que a mediados de los 80 nos llevó a denunciar el terrorismo de ETA y a defender en la calle la vida y la libertad de todas y cada una de las personas frente a un discurso y una práctica que definían como población sobrante a una parte de la sociedad vasca. ¿No hemos aprendido nada de estos años pasados en Euskadi? ¿De verdad no nos estremece escuchar apelaciones a identificar a los “auténticos vascos” y a tratarlos de manera distinta a otras personas que, aún viviendo a nuestro lado, son definidas como extrañas?

Tomando prestada la atinada reflexión del sociólogo Xabier Aierdi, ante el fenómeno de la inmigración sobran tanto los discursos implacables como los impecables. La política de inmigración no puede reducirse a entonar el Imagine de Lennon, pero tampoco puede fundarse en la suspensión del valor universal de los derechos inviolables e inalienables de la persona en función de coyunturas políticas o económicas. Se puede discutir sobre la inmigración, claro que sí. Se pueden proponer diagnósticos y políticas diversas, por supuesto. Lo que no se puede es confundir política y testosterona. No alimentemos la fiera.

El daño está hecho, pero no es irreversible. Urge dialogar sobre la inmigración, sí, pero necesitamos hacerlo sin vernos obligados a elegir entre ser buenos o ser eficaces. Necesitamos pactar un marco que nos permita discutir con libertad, pero sin causar daño. A nadie. Tampoco a nosotros mismos.