Hace cincuenta años, Gabriel Aresti escribió su poema más conocido que hablaba de la casa del padre, ‘Nire aitaren etxea defendituko dut’. El poeta describía a la casa solar asediada por los lobos, la sequía, la usura y por toda suerte de enemigos. Concluía el poema diciendo que él perdería su alma, se perdería su linaje, pero que la casa de su padre seguiría en pie. Cincuenta años son muchos y la casa de los vascos ha padecido toda suerte de desmanes, ha sido objeto de crímenes y la sangre inocente ha corrido más de ochocientas cincuenta veces; la usura tomó la forma de la extorsión y la casa del padre fue objeto de la profanación terrorista. Pero la casa de Aresti aguantó en pie.
Texto de Luís Haramburu en Vocento |
Ahora los de la izquierda nacionalista radical hablan de la ‘Vía Vasca’ y de «la construcción de Nuestra Casa, la casa de todas y todos los vascos». El problema es que los vascos ya tenemos una casa que, además, nos ha costado lo suyo. Lo suyo y lo nuestro. Por partida doble, ya que la hubimos de construir con nuestras manos y contra su voluntad e insidias. Esta casa es la de todos, pese a que los recién llegados pretendan ahora reconstruirlo a su antojo.
Los vascos solo tenemos una vía y es por la que echamos a andar hace casi cuatro décadas. La vía se llama Estatuto de Gernika, a la que, por cierto, le convendrían algunos retoques y una puesta al día para acoplarse al ancho de vía europeo.