En democracia conviene llamar a las cosas por su nombre. Cuando dos centenares de seres humanos intentan cruzar por mar una frontera entre pelotas de goma y disparos al aire, mientras la Guardia Civil duda entre socorrerlos o no, la muerte de quince personas no es un accidente. Es un acto de inhumanidad que roza lo criminal. No hace falta que Europa nos llame la atención desde la hipocresía de un continente repleto de gobiernos que solo se indignan ante los inmigrantes muertos de los demás. Debería caérsenos a todos la cara de vergüenza como país.
Los hechos sucedidos en Ceuta resultan tan terribles como injustificables. Da igual la versión que escojan, la que era mentira o ésta que ahora nos aseguran que es verdad, salvo algunas cosas. Ninguna cabe en un país civilizado. La prioridad nunca puede ser impedir que cruce la frontera un puñado de seres humanos desesperados huyendo de la miseria y buscando una vida mejor. La prioridad debe centrarse siempre en que la playa no se llene de cadáveres devueltos por el mar. El cínico relato ofrecido finalmente por el Gobierno ante el Parlamento constituye una vergüenza democrática. Exige reparación y responsabilidades.