Interesante reflexión de José Luis Álvarez hoy en El País |
Un lamento insistente recorre la opinión política, global, europea o española: la ausencia de liderazgo. En la queja es permanente el contraste entre el presente (supuestamente con políticos faltos de grandeza) con tiempos pretéritos (cuando debieron existir líderes verdaderos). Así, el desencanto con Obama, comparado con históricos del progresismo, como Roosevelt o Johnson; los responsables actuales de Bruselas —ni sus nombres son familiares—, cotejados con Monnet o Delors; o dirigentes de países influyentes como Merkel, contrapuesta con gigantes, como Schmidt o Kohl. Y en España, los novísimos actores políticos, descalificados como populistas, ambiciosos e inmaduros, comparados con hábiles operadores de la Transición, como Suárez, o con líderes transformadores, como González.
Sin embargo, es posible que la jeremiada no esté justificada, que el ansia de liderazgo no sea más que un remanente de pensamiento mágico en épocas de incertidumbre, manifestación de la necesidad atávica de atribuir a una “gran” persona, o a su ausencia, la causa de lo que sucede, o debiera suceder. Quizás represente también el sesgo individualista de comparar personas en vez de la más compleja operación de contrastar dirigentes políticos en situaciones disimilares. Y quizás no tenga en cuenta que la globalización ha vaciado de contenido los liderazgos meramente nacionales.