Según la cronología del Génesis, Dios necesitó seis días para hacer el mundo. El séptimo fue la jornada de descanso, una reivindicación sindical concedida a Sí Mismo después de la dura tarea de crear el sol, la luna, las estrellas y poblar la Tierra de plantas y bestias, a cuál más curiosa. La teoría creacionista afirma que el hombre es la cúspide de la creación porque Dios lo terminó el penúltimo día, cuando ya tenía la mano hecha a la alfarería y había aparcado en la cuneta proyectos demasiado vistosos como, por ejemplo, el ornitorrinco. En realidad, resulta más plausible la hipótesis contraria, que Dios ya tuviera los dedos fatigados de tanta zoología en el momento en que se puso a moldear a Adán con un pegote de fango y le salió una chapuza. Si pidió un día de descanso es porque estaba cansado.
Aguirre ha dimitido el séptimo día no tanto para aprovechar la pausa de las rotativas sino para acentuar el simbolismo de la misa: “La paz os dejo, mi paz os doy”. Además, al presentar la renuncia por la mañana, le queda libre la tarde del domingo. El cansancio de arrastrar la cruz de Granados durante más de año y pico le ha llevado a esta conclusión increíble: “El hecho de que un juez lo mantenga en prisión nos hace pensar que algo grave debe haber hecho”. Sin aspavientos, sin alarmismos, Aguirre ha dado un diagnóstico muy parecido al del médico de aquel cuento de García Márquez: “Señora, su hijo tiene una enfermedad grave: está muerto”.
La responsabilidad de Aguirre es como la venganza en la mafia: un plato que se toma mejor frío. Y más que frío, ultracongelado. Porque lo más curioso de la rueda de prensa fue el mensaje que, según ella, le envió a Mariano para avisarle de su decisión. No menos curiosa fue la respuesta de Mariano: “Te entiendo”. No lo digo por el mensaje en sí, sino por el hecho de que ambos conserven sus respectivos números de teléfono y que además se escriban el día de San Valentín.