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domingo, 26 de febrero de 2017

Posiblemente la monarquía sea, junto con la Lotería Nacional, la única institución que todavía tiene un significado único para toda España

Anacrónico es, según el DRAE, aquello que no es propio de la época de la que se trata. 

Por lo tanto la monarquía es, sin duda, una institución anacrónica, puesto que, si fue la norma en otros tiempos, hoy es excepción. 

Sin embargo, precisamente en ese anacronismo, en esa desincronización con el tiempo que le rodea tiene la Corona su principal fortaleza. 

Cuando los tiempos que se viven son de barullo, incertidumbre y ruido, estar desacompasado con ellos se convierte en virtud y no en defecto.

El valor de los símbolos, y la monarquía es sobre todo un símbolo, reside en gran medida en su permanencia por encima de los cambios cotidianos y en su virtud de ser previsibles. 

Por eso en medio de las tormentas políticas en que tanto nos gusta enredarnos nos viene muy bien que haya una institución a la que no le podamos meter mano cada pocos años y que permanezca. 

Posiblemente la monarquía sea, junto con la Lotería Nacional, la única institución que todavía tiene un significado único para toda España. Ni la bandera, ni el territorio, ni el himno, ni siquiera el idioma lo consiguen. Solo la selección de fútbol ha logrado en alguna bendita ocasión generar cierta sensación de unión de este país, aunque la cosa no pasó de hacer más ricos a los comerciantes chinos que vendieron miles de banderas rojigualdas a quienes jamás hubiesen pensado antes en adquirir una.

Por eso el juicio del caso Nóos ha hecho un daño tan grande a la Jefatura del Estado. Desde luego por la falta de ejemplaridad demostrada por sus protagonistas pero, sobre todo, porque ha sincronizado el entorno de la familia real con lo peor del tiempo que vivimos. La actuación del yerno y sus cómplices no ha tenido nada de anacrónica. Por el contrario, se ajustaba perfectamente al momento actual en el que los escándalos de corrupción están día sí y día también en los medios y en las conversaciones de la gente.

La ventaja de todo este bullicio es que el caso Nóos pronto será arrinconado, sustituido por otro escándalo que será el que ocupe la rabiosa actualidad (nunca mejor dicho) y la monarquía de Felipe VI podrá volver a su virtuoso anacronismo y alejarse de la polémica mientras los demás lidiamos con el estruendo y las peleas que tanto nos complacen a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a los bien sincronizados.