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No sólo los ilustrados, sino hasta los mismos Papas afearon ese "teatro grosero", ese auto sacramental celebrado en las calles de España durante Semana Santa. Ante los pasos, como ante los pases, han sido inútiles las críticas de los fieles y los herejes: para el Domingo de Resurrección, aunque se hunda el mundo, se anuncian corridas y el apoteosis final de las procesiones.
El Papa Francisco lavará esta semana los pies a los mafiosos y arrepentidos de la cárcel de Paliano, oficiará el Vía Crucis en el Coliseo e impartirá el domingo la bendición Urbi et orbi.
El Pontífice no mete la sandalia de San Pedro en jardines, porque la Iglesia no está para despreciar parroquianos. Ni la Iglesia ni el turismo. Llegará a Roma más de un millón de peregrinos entre fuertes medidas de seguridad y en España, buscando el placer más que la penitencia, se echarán a la carretera millones de supervivientes de la recesión para presenciar esa fiesta de burros y centuriones, esa conexión entre el hipnotismo y el culto.
Ni Godoy ni Pablo Iglesias van a evitar el estrépito de las tamborradas, la cosecha de cucuruchos, el duende de las saetas o la explosión de torrijas, costaleros, cirios, penitentes, flagelantes y besos de Judas. Todo empezó en la época de Trento, en la España "martillo de herejes" que se oponía a los luteranos.