Tras cumplirse el primer aniversario de la guerra de Ucrania, los peores presagios de que puede ser una guerra larga y cruenta se están confirmando.
El previsible discurso de Vladimir Putin de huida hacia delante y la también previsible reacción de Stoltenberg, Biden y Borrell en la misma dirección refuerzan la vía militar como único camino de resolución del conflicto.
Parece que la única esperanza radica en la intervención de China que, con su abstención en la resolución de la Asamblea de Naciones Unidas sobre la retirada del ejército ruso de territorio ucranio, mantiene viva la opción de una salida negociada.
El previsible discurso de Vladimir Putin de huida hacia delante y la también previsible reacción de Stoltenberg, Biden y Borrell en la misma dirección refuerzan la vía militar como único camino de resolución del conflicto.
Parece que la única esperanza radica en la intervención de China que, con su abstención en la resolución de la Asamblea de Naciones Unidas sobre la retirada del ejército ruso de territorio ucranio, mantiene viva la opción de una salida negociada.
Pero si la guerra sigue, la escalada belicista también lo hará. Las líneas rojas no son estáticas y los gobiernos implicados en la guerra lo saben. Las armas que no se podían enviar al principio pueden ser enviadas hoy. Los tanques que tantos recelos generaban al inicio hoy son imprescindibles.
Y si reconocemos que la escalada belicista es la evolución lógica y natural en la guerra, o China se da prisa en convencer a las partes que ya vale y que hay que negociar, lo que dejaría en ridículo a todos los que dicen creer en que esto debe seguir hasta la victoria final, o la cosa se va a poner especialmente fea, porque Rusia no se conformaría con perder sin previamente apretar el botón rojo y cruzar la última línea roja, está hoy más cerca que ayer.