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sábado, 4 de enero de 2014

La Marcha Radetzky adquiera un sentido especial con Daniel Barenboim




Teniendo en cuenta el inmenso potencial vivificador de la pieza, es lógico que todo lo que rodea a la Marcha Radetzky adquiera un sentido especial y que el más mínimo gesto del director de la orquesta se reciba como un mensaje lleno de matices. 

En esta ocasión Daniel Barenboim habló con su silencio. Decidió apearse de la tarima, dejar la batuta e ir saludando personalmente a todos los músicos mientras la marcha sonaba fuera de su control. 

En otras circunstancias habría sido un gesto suicida. Pero la marcha avanzó impecable, con la exactitud y la precisión de un disco grabado. Lo que vino a decir Barenboim es que las orquestas pueden interpretar la partitura sin necesidad de director. O, en un orden más metafórico, que no hacen falta líderes carismáticos cuando cada individuo hace su papel y se sincroniza con otros individuos. Que el secreto de la obra bien hecha no reside tanto en la capacidad de los que mandan como en el arte de quienes ejecutan su parte del trabajo. 

Ni siquiera se notó que en aquella orgía de saludos Barenboim interrumpía a más de un músico para estrecharle la mano, ni que retiraba el atril a otros para poder acercarse a darles un abrazo. Daba la impresión de que estos hombres y mujeres habrían ejecutado la pieza con igual virtuosismo aunque les hubieran quitado uno por uno todos los instrumentos. Fue una bonita lección de modestia por parte de un director que sabe gastar en buen humor todo lo que ahorra en divismo, pero también fue un canto de esperanza en la tarea de la gente. 

Contra el discurso oficial que adjudica el mérito de las cosas bien hechas a jefes y gobernantes, Barenboim recordó que si la vida colectiva sigue desenvolviéndose en un cierto orden es porque los operarios se esmeran en hacerlo bien. Sustituyan al trompetista por el funcionario, al percusionista por el bombero, a la viola por la maestra de escuela y al oboe por el cartero, y oirán la música que milagrosamente suena cada mañana para hacer que el mundo funcione sin caudillos que vengan a salvarlo.


  • 3 ene. 2014
  • El Correo
  • JOSÉ MARÍA ROMERA