El mundo en que vivimos cada día me parece más irreal, menos comprensible. ¿Cómo puede España estar sumida en una corrupción que no ceja? Y ¿cómo puede ser que tengamos una Justicia carente de medios legislativos y financieros para obligar a los corruptos a devolver en el acto al erario las fortunas que han robado?
En esto pensaba yo, como la mayoría de mis conciudadanos, esta misma tarde cuando he oído el sempiterno lamento de un periodista en una radio cualquiera, furioso por el encarcelamiento en Venezuela de Leopoldo López.
No me ha irritado la perorata del periodista porque me parezca justo o injusto que esté en la cárcel este archimillonario latinoamericano, sino porque tenga tales y tan famosos defensores en España y en Europa que hablan de él día y noche desde hace meses y en cambio, si tan demócratas son y tan amantes de la Justicia son, apenas hayan denunciado la trágica situación que desde el golpe de Estado hace ya siete años, vive Honduras, auspiciada según los rumores más certeros por el Banco Mundial, por cientos de empresas transnacionales y por muchas democracias occidentales. (Rosa Regás en El Correo 17/IV)