Huy. Balonazo al larguero en el último minuto, y toda Europa con la respiración contenida. Qué poquito ha faltado para que un ultraderechista se haga con la presidencia de Austria. Un puñado de votos por correo. Pues nada, podemos respirar aliviados, hasta el siguiente susto. Y Europa seguir como hasta ahora: a verlas venir.
Desde el otro lado del campo, el “huy” ha sonado de otra manera. La ultraderecha lo celebra como una victoria. Un pasito más, en su avance europeo, a la espera de que en la siguiente ocasión puedan cantar gol. Tal vez en Francia, con el Front National que lidera las encuestas para las presidenciales de 2017. Y mientras, a consolidar lo ya ganado: los gobiernos ultraconservadores de Polonia o Hungría, y los muchos representantes regionales y municipales, alcaldes incluidos.
En el caso de España, durante cuatro décadas hemos presumido de ser la excepción europea, sin partidos ultras de importancia, gracias al PP: allí se refugiaba el votante más extremo, lo que dejaba sin espacio a otras opciones. Ese era, nos decíamos, el gran servicio que el PP prestaba a la democracia española.
Sin embargo, el extremismo que coge fuerza en Europa no es nostálgico, sino desmemoriado. No mira a los nazis de antaño, con los que intenta marcar distancia (matando al padre incluso, como Marine Le Pen), sino que propone un rostro moderno, amable, joven, con lenguaje del siglo XXI. Y sinceramente, creo que no estamos fuera de peligro.