Dentro de un tiempo, los toros serán como fumar en el ascensor, no tener móvil o dejar a los niños jugar solos en la calle: un anacronismo.
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Haremos una hoguera y contaremos a los jóvenes que en España había coliseos. Dentro se soltaba un toro de lidia, de una especie extinta que crecía y vivía solo para ser toreada. Por eso se dice 'no me torees', viene de toro. Y los más jóvenes del lugar no harán ni una mueca y quedarán inmunes e indolentes al fracaso y extinción de la raza y la fiesta. Seguirán curiosos el relato de aquella celebración nacional primitiva, cuando les contemos que había un caballo ciego, sombreritos de plato, un traje de hilo de oro y algunos dardos. Si ven vídeo o una foto, seguramente harán un gesto superficial de asco.
La prohibición de matar al Toro de la Vega es un logro –en este caso del PP– pero sobre todo es un mérito de escucha. Lo estamos diciendo hace tiempo: hasta aquí, hemos cambiado, no somos eso. Estamos preparados para masticarnos las costumbres. En Tordesillas sin embargo siguen sordos y montan un pleno y un lío porque les quitan su fiesta. Para más broma ha tenido que venir una res para que PP y PSOE se pongan de acuerdo en algo: recurrir la decisión para poder matar a su no tan querido Toro de la Vega.