Porque esa idea tan nuestra de la ilegitimidad del adversario supone una enorme barrera para acordar y por eso, mejor dejarla ahora fuera de campaña no sea que, sabido el nuevo resultado, se nos interponga a la hora de negociar. Pero sobre todo, y conviene recordarlo, porque, además de inútil para trabajar, es en sí misma una idea contraria a la democracia y, por tanto, muy peligrosa.
Puesto que no va a haber unas terceras elecciones, el resultado de junio gustará más o menos a cada cual pero será con esas cartas con las que habrá que hablar y que formar Gobierno.
Es más, creo que este tiempo que hemos perdido obliga a que el acuerdo sea definitivo. La posibilidad que se ha apuntado a veces de una legislatura corta, solo para poner un poco de orden, se ha ido por el mismo desagüe que estos meses perdidos. Apostar por un adelantamiento electoral en uno o dos años se vería como unas intolerables terceras Generales de 2015.
Hemos perdido demasiado tiempo con los sueños, los titulares, las fotos estupendas y las declaraciones de santa indignación. A hora no va a haber otro remedio que hablar. Y hacerlo con todos. O sea: correr riesgos, porque más mus no va a haber.