Ha vuelto a suceder. Y no por esperado deja de sorprender (y si no, que se lo pregunten a los ingleses y a una Europa estupefacta). El PP ha vuelto a ganar las elecciones.
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La verdad es que mis vecinos no dejan de sorprenderme. Casi ocho millones de votos son muchos millones de personas que, siendo trabajadores, la mayoría con sueldos humillantes, pensionistas, parados y jóvenes con o sin trabajo, han vuelto a votarles, a pesar de no defender sus intereses; a pesar de gobernar en contra de sus intereses. El partido que ha menguado la clase media y generado una legión de pobres se ve aupado por los mismos a los que fustiga.
Es difícil de entender, pero es así; es lo que hay. Lo que los ciudadanos desean. Sin embargo, hay situaciones como la presente, en las que no caben ni excusas ni explicaciones y que hacen de uno el protagonista absoluto de su sino, aunque este sea el de eterno perdedor. Lo trágico es que arrastra con sus acciones también a los demás tras de sí.