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El Gobierno de Pedro Sánchez ha anunciado la exhumación de los restos de Francisco Franco. El prior del Valle de los Caídos se ha enrocado y pretende evitarla, en un intento de arrastrar así a toda la Iglesia a una sinrazón. No estamos hablando de un expresidente. Estamos hablando de un asesino que, en ningún caso, merece un mausoleo.
Esos apoyos tienen nombres y apellidos y tienen origen local e internacional, civil y militar, religioso y laico. Hoy, como entonces, Franco vuelve a necesitar de colaboración para triunfar, y la Iglesia católica no debería volver a verse involucrada en semejante atropello.
El nacionalcatolicismo se ha autoadjudicado la representatividad de todos los católicos, cuando entre los republicanos hubo muchísimos católicos fervientes, tanto religiosos como laicos, que se enfrentaron a los sublevados.
Si la Iglesia permite que el prior del Valle de los Caídos se ponga del lado de la familia del dictador y de la fundación que lleva su nombre, toda la institución podría volve a quedar manchada. Sólo dos personas pueden obligar al prior a dar un paso atrás: el abad de la Congregación de Solesmes, en Francia -los monjes benedictinos no responden ante la Conferencia Episcopal-, y el mismísimo Papa Francisco.
No hay que confundirse, exhumar a Francisco Franco de un templo católico no es una afrenta a la propia religión. Quizá sea todo lo contrario.