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Cuando Rafael Hernando comenzó a escarbar la moqueta de los pasillos del Congreso y los diputados de la oposición vieron refulgir en el callejón los pitones del morlaco, advirtieron las intenciones del diestro Mariano Rajoy. La corrida iniciaba la temporada 2015 después de que el presidente del Gobierno mandara a su portavoz parlamentario, Alfonso Alonso, a curar las heridas en la enfermería de Sanidad y buscase un repuesto con casta y bravura entre la ganadería popular para afrontar las elecciones municipales, autonómicas y generales. No era el momento de moderar las formas y afinar las palabras, sino de abrir la puerta de chiqueros para dejar salir al temido Hernando —diputado cunero por Almería desde 1993, el último mohicano del aznarato—, quien alzó los ojos hacia el tendido para dejarle claro a rojos, amarillos y medias tintas que él pisaba la arena no sólo para marcar el territorio, sino también para demostrar que era el soberbio portavoz de la torada conservadora.
El extesorero del PP, condenado por el caso Gürtel, también comentó aquello de que “todas las expresiones que salen de su boca son lavar con lejía, caca y similares”. No iba tan desencaminado, porque el rictus facial de Hernando parece el resultado de la ingesta de las citadas sustancias.
Pasados los años, cuando la gaviota comenzó a chapotear en la ciénaga popular y las corruptelas salpicaron la sede nacional, Hernando forzó el bufido. Así, mientras Génova trataba de blindar a sus presuntos o condenados corruptos, algunos de ellos inquilinos del número trece, él simulaba blandir el látigo contra la podredumbre.
Tras su posición aparentemente neutral durante el proceso de primarias, la victoria de Pablo Casado lo ha desplazado del que parecía su hábitat natural: el Congreso visto a sus ojos como un ring. El flamante líder ha anunciado que el guadalajareño será el nuevo presidente del Comité de Derechos y Garantías del PP