en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

jueves, 8 de septiembre de 2022

Gorbachov y el fin de la URSS,
el expansionismo de la la OTAN,
el orgullo herido ruso
y la realidad actual.

Lo que son las cosas. Desde que fue nombrado presidente de la URSS fue alabado en Occidente y despreciado en la Rusia profunda. La imagen de Mijaíl Gorbachov, fallecido la semana pasada a los 91 años, no ha cambiado mucho desde que abandonó el poder en el Kremlin en 1991, hace ya 31 años, cuando los presidentes de Rusia y Ucrania, entre otros, pactaron (¿Quién lo diría hoy?) de forma rotunda poner fin a la Unión Soviética.

La debilidad del entonces Estado soviético es lo que ayuda a entender hoy otros hechos anteriores cuyas consecuencias se prolongan hasta nuestros días, como se puede apreciar con la invasión de Ucrania. La ampliación de la OTAN desde finales de los noventa a los países que habían sido miembros del Pacto de Varsovia se convirtió en el principal motivo de resentimiento en la Rusia de Vladímir Putin, que se sentía rodeada por la alianza militar occidental.

Moscú tuvo que resignarse ante la entrada de Polonia, Hungría y República Checa, tres países en los que había existido una fuerte contestación social a los gobiernos comunistas. Pero cuando ese proceso "patrocinado desde EEUU, se acercó a Ucrania, todo fue muy diferente.

No se si EEUU y Europa engañaron a Gorbachov y le hicieron creer que la OTAN nunca se ampliaría hacia el Este y que solo se buscaba la reunificación de Alemania, que no podía llevarse a cabo sin el consentimiento de la URSS.

Tampoco estoy seguro de que 
la política americana haya estado basada  en la tesis de que "nosotros ganamos y ellos no, y consecuentemente no podemos dejar que los soviéticos consigan la victoria cuando estaban al borde de la derrota. Había que seguir provocandoles para que su posible desarrrollo lo tengan que invertir en armamento”.

Haya sido así, o no, las consecuencias de todo eso las estamos viendo claramente en Europa ahora.

Gorbachov besa al líder de la RDA, Erich Honecker
en su visita a Berlín en 1989. 
DPA
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