Incluso los peores conflictos acaban encontrando el camino a la paz, como demuestran casos de todo el mundo desde Ruanda a Camboya. No hay razón para que Palestina-Israel sea diferente. El artículo analiza factores clave que empujan a los actores desde la violencia extrema a sentarse para negociar la paz y cómo, paradójicamente, las recientes tragedias crean las mejores condiciones objetivas en 25 años para iniciar ese camino hacia la paz.
Simplificando, hay dos caminos para salir del camino de la violencia y sentarse a hablar de paz. El primero, es algo parecido a la santidad. El caso más conocido es el de Nelson Mandela, que tras 27 años en la cárcel logra romper la cadena de venganzas y pasar a la paz.
El segundo camino hacia la paz tiene como motor el tipo de amor más ordinario y abundante en nuestra especie, pero no por ello menos poderoso: el amor a nuestros hijos e hijas. Si me permiten cierta simplificación, el proceso ocurre más o menos del siguiente modo. Pensemos por ejemplo en unos padres israelíes o palestinos a los que les acaban de matar a uno de sus dos hijos. Hay un primer momento de dolor infinito que generalmente desemboca en ira, odio y deseo de venganza. Pasado un tiempo, la ira es paulatinamente sustituida por una profunda tristeza. Esa tristeza, independientemente del dolor que conlleve, es una emoción más serena que la de la ira, y en esa serenidad se va abriendo la posibilidad de empezar a reflexionar y poder preguntarse: ¿Y ahora qué? Porque es necesario construir un futuro para el hijo que ha sobrevivido, y el deseo de venganza puede ser muchas cosas, pero lo que no es, es un proyecto de futuro.