El Estado-nación está obsoleto para hacer frente a los grandes retos del siglo XXI como la desigualdad, el cambio climático o la inestabilidad financiera de los mercados internacionales. El nacionalismo está obsoleto. No digamos ya los hipernacionalismos o movimientos independentistas localistas.
Los entes nacionales existen pero no sirven para construir sociedades más justas y solidarias. Afirmar que España es un país plurinacional es constatar lo que ya sabíamos. Afirmar que la solución federal es imposible es pretender condenar a Euskadi, a Catalunya, España y Europa al fracaso.
Y eso no nos lo podemos permitir.
Si solo se pretende ganar votos, elecciones, prebendas económicas o laborales, fomentar la división y excitar bajas pasiones, el nacionalismo es la herramienta perfecta. Si se quieren construir sociedades dialogantes, que avancen juntas hacia el mejor mundo posible y deseable, la apuesta más acertada es el federalismo.
El federalismo no es solo una forma de organizar la convivencia política e institucional, sino que también es una forma de cultura en la que dominan el respeto al otro, el diálogo, la capacidad de negociar, la empatía y la solidaridad.
Que haya mucha gente que se oponga al federalismo es, precisamente, por culpa de un nacionalismo mal entendido y peor practicado. Enterrar el federalismo, considerarlo una utopía, es la opción de los nacionalistas de todos lados. Blandirlo como la mejor propuesta para articular la convivencia y la gestión justa y solidaria de los intereses, ilusiones y derechos de catalanes, españoles, europeos y ciudadanos del mundo es no solo posible sino imprescindible. Es el camino de la esperanza y de la ilusión para avanzar construyendo puentes y alianzas y derribando fronteras.
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