La pregunta que el mismísimo Lenin hizo famosa titulando así uno de sus libros, ha servido a Imanol Villa para titular su artículo periodístico de este pasado fin de semana.
Aun a riesgo de quedar como un idiota de baba, creo haber alcanzado a entender que los sucesos de las últimas semanas han demostrado que existe un puñado de ricos a los que se la sopla lo que le pase a la gente. Imponen sus reglas y obligan a los gobiernos a que no les quede más opción que tomar medidas totalmente antipopulares.
De ese modo, los que no tuvieron nada que ver con la crisis, los ciudadanos corrientes y molientes, son los que han de pagar los platos rotos: aumento del paro, reducción del gasto público -menos educación, menos sanidad, menos atención social-, congelación de salarios, aumento de impuestos, reformas del sistema de pensiones, reforma del mercado laboral… Ésas son algunas de las medidas que los más listos del mundo piden que sean aplicadas para sanear las economías. Son las de siempre. Las más fáciles de aplicar sobre sociedades en las que nadie va a mover un solo dedo, aunque nos estremezcamos con las protestas y los muertos griegos. Todo es asumible por gobiernos desesperados y sometidos a esos crueles intereses transnacionales, porque saben que si se mueven mucho no salen en la foto. Y si no salen, acabarán arrollados por una deuda que los someterá a la miseria.
Por eso no es difícil adivinar cómo será el futuro cercano. Habrá que apretarse el cinturón todavía más y rezar mucho para no decir adiós lo que ya tenemos. Aunque quizás, y sin perder la cordura, cabría considerar si existe alguna posibilidad de reacción por parte de la sociedad civil. Y si existe, a lo mejor el primer paso que habría de dar sería el de hacerse una única y fundamental pregunta: ¿Qué hacer?