Ya estamos en plena campaña electoral. “Yo voy a cara descubierta”, dijo Esperanza Aguirre, candidata a la alcaldía de Madrid, entrevistada hace unos días en La Sexta. “Sin disfraz”, va repitiendo por los platós de TV. Y sí, tiene razón. Como Caperucita (¿pues qué le pasaba en los ojos?), son los votantes los que no ven la cabeza de lobo debajo de la cofia aunque ésta sea evidente. Realmente la capacidad narrativa de Aguirre para captar y reproducir el discurso que las caperucitas quieren oír es prodigioso: lo que está pasando "es bochornoso", "intolerable".
Pero Aguirre no sólo hace suyo ese discurso sino que quiere ser el personaje protagonista de una novela a lo Agatha Christie, el personaje- narrador que maneje la intriga y ponga el punto final: “Yo destapé la trama Gürtel”. Ella no pierde ocasión de situarse al margen de los apaños mafiosos, de definirse como el “verso suelto” -¿todos cobraron menos usted? "Exactamente"-, incorrupta como el brazo de Santa Teresa, ciega también, como Santa Lucía.
En la página web del Partido Popular de Madrid puede leerse que “la política es hablar claro y explicar las cosas con convicción, sin miedos y sin oportunismos”. Nunca leí algo semejante. La política no es explicar las cosas con convicción (esa podría ser, sin ir más lejos, la definición de mentir bien, y para narrar ya está la literatura) pero eso es precisamente lo que hace Esperanza Aguirre. La política es idear un programa de gobierno, una forma de organización social. La del PP –aunque imite la voz de una dulce abuelita- es implacable y feroz: privatización de los servicios públicos, beneficios a los grandes empresarios, empleo precario y casi esclavo, medio ambiente cero, sociedad patriarcal y religiosa. “Soy la única que defiende para Madrid la libertad, la vida, la propiedad y el imperio de la ley” (esas “incomodidades”, que diría Borges).