Con este marco de prosperidad en el que vivimos parece congruente que se vayan abandonando las posiciones políticas rupturistas del marco constitucional. Hay poco que ganar (salvo para los irredentos insaciables) y mucho que perder en exigir cesuras que, como demostró Ibarretxe, fracturan a la sociedad vasca realmente existente.
Se hace mayoritario un tipo de elector que, mientras mantiene una genuflexión formal ante el nacionalismo políticamente correcto y sus tics identitarios, prefiere apoyar políticas incrementalistas dentro del marco actual.
Utilizando un acertado concepto de Ramiro Cibrián (Nacionalismo, violencia política y la ciudad democrática) cada vez es mayor la masa de “centristas laxos” en el eje de confrontación nacional, unos electores que se sienten subjetivamente binacionales y que se mantienen más bien equidistantes en cuanto a la violencia pasada, y poco motivados para emprender aventuras secesionistas.
Los recién llegados, las élites políticas de Podemos, son un buen ejemplo de ello: hacen la reverencia obligada al derecho a decidir pero no lo consideran tema importante.