El caso Soria es, en el fondo, una cuestión muy simple, aunque aparente complejidad: se trata de conocer o no conocer, de respetar o no respetar, las reglas del juego - fair play- que rigen la democracia. Es tan sencillo como eso.
En un país de la Europa normal -no incluyo a algunos llegados del Este que han basculado del comunismo al populismo-, ¿se podría negar y frivolizar públicamente desde el Gobierno o las instituciones sobre la gravedad de un escándalo como este?
Por mucho menos han dimitido ministros, primeros ministros e incluso presidentes.