Tú no me conoces, pero hace unas semanas lamenté profundamente tu derrota. No, no te vi llorar, pero sé que lo hiciste. Perder siempre es una decepción; perder contra Donald Trump (racista, misógino y acosador, fascista) es una indecible humillación. Perder habiendo logrado dos millones de votos más que tu adversario es una ironía cruel. Ahora, claro, llegan todas las explicaciones: Michael Moore ya lo había advertido; el candidato demócrata con más posibilidades era Bernie Sanders (pese a que quizá también habría perdido); la ansiedad económica de la clase media del Rustbelt, el cinturón industrial de América, ha empujado a los que temen perder sus puestos de trabajo a votar en masa por Trump; los mecanismos del sistema de elección indirecta en una democracia que dan más peso a los estados rurales; tu legendaria falta de empatía; el tratamiento paternalista que la prensa le dio al fenómeno Trump y por el cual el New York Times ha entonado un mea culpa; el hecho de que pertenecieras al establishment político; el voto de castigo a lo Brexit... Todas las explicaciones del mundo, menos que seas una mujer.
Porque hay cientos de explicaciones, unas válidas y otras menos, y una sola realidad: antes que elegir a la candidata más preparada, avalada por su trayectoria política, progresista, comprometida con las minorías y la protección del medio ambiente, los votantes norteamericanos ha optado por un millonario estafador que se pasó meses sosteniendo que Barack Obama no era norteamericano, que se ha negado a hacer pública su declaración de la renta como había sido preceptivo en todas las elecciones norteamericanas hasta ahora, que defiende la construcción de un muro para mantener a los inmigrantes mexicanos fuera de EEUU y confeccionar un listado de musulmanes residentes en el país, y cuyos nombramientos para su futuro gabinete son una broma macabra. Si esto fuera una película, sería ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. 'Spoiler alert': la genial película de Stanley Kubrick es una sátira cruel sobre la locura, la guerra y el fascismo, y aunque te ríes mucho, no termina bien.