Hubo un día feliz
en que los monstruos del poder,
consistentes en recíproca hostilidad,
temblaron
porque su esencia iba a desvanecerse.
Fue el día en que una niña
hizo inútiles las armas
dejando en ellas un clavel.
Hubo un día feliz
en que el fusil brotó clavel junto a una niña;
ese día merece ¡oh Portugal!,
enamorarse de tu nombre:
en él,
todas las armas de la tierra,
cansadas de matar,
por un instante soñaron una extraña primavera.
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