La carta de Pedro Sánchez a la ciudadanía del pasado miércoles 24 de abril ha sido una sorpresa para todo el mundo. A quienes peinamos canas nos recordó y nos estremeció como la "dimisión de Adolfo Suárez" del jueves 29 de enero de 1981, nunca debidamente explicada. También que apenas 25 días después, se produjo el Golpe de Estado del 23 F.
Hay que posicionarse, hay que decir algo según la cita de Edmund Burke, con el mejor espíritu de la políRica (política lírica) y midiendo las palabras (e incluso después de haber dudado de escribir), porque el ambiente ha sido polarizado hasta niveles inasumibles de crispación social llegando a amenazar la convivencia.
Esta crisis va más allá del terreno de los partidos, que siempre podrán tomar sus decisiones para movilizarse en un sentido u otro. Esto nos apela como demócratas, obligándonos a activar nuestra más alta inteligencia y no las más bajas pasiones.
En democracia todas las opciones políticas son válidas, menos las que esparcen mensajes de odio o son directamente negacionistas (del cambio climático, de la violencia machista o de la historia de dictadura u organizaciones terroristas,…). Hay mucha buena gente en todas las plurales y diversas formaciones políticas.
Pedro Sánchez ha sido elegido democráticamente por las urnas y está sometido a enormes presiones de poderes visibles o fácticos (… como sucedió con Suárez).
Tras la “modélica transición de 1978”, jurídicamente está demostrada la existencia de algunos militares golpistas, algunos policías patrióticos y algunos partidos corruptos. Todos condenados a escala nacional e internacional. Ahora está en juego si es verdad que en España podemos contar con una división real de poderes, con un sistema judicial y un periodismo a la altura de nuestro tiempo y lugar.
Es hora de retratarse. La indiferencia es culpable.