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Que el ‘procés’ se ha desinflado resulta una obviedad aritmética. Si en 2017 el independentismo sumaba un total de 2.079.340 votos, seis años y medio después se ha quedado en 1.361.942, lo que supone casi 720.000 votos menos. Así de simple. Pero decir que está muerto y enterrado expresa más un deseo que una realidad, en tanto la pulsión independentista siga latiendo, aunque muchos de sus votantes se refugien hoy en la abstención o en partidos más radicalizados, como Aliança Catalana, abanderada (esta sí) de un nacionalismo étnico y xenófobo de carácter excluyente.
Como en su día sucedió en Euskadi, en el Principado cada vez son más quienes piensan que para este viaje no hacían falta tantas alforjas y que tanto ERC como Junts deberían dejar paso a un nuevo liderazgo menos histriónico y de convicciones más sólidas.