El país más poderoso del mundo acaba de votar al personaje más caprichoso, falso, imprevisible y amoral que jamás haya aparecido en el escenario político de un país de democracia avanzada.
Con él gana la masculinidad más rancia y casposa, el desprecio hacia las minorías, el supremacismo blanco, los "matones de película", la apología del dinero y el vituperio de la solidaridad y la igualdad.
Pierde el resto, aunque no lo sepan e incluso lo hayan votado y, sobre todo, pierde la democracia.
Pero aunque ahora nos abrume la depresión, todavía no hemos perdido la esperanza. Y esta se llama Europa. Una primera lectura del resultado al otro lado del Atlántico puede dar la impresión de que la victoria trumpista dará alas a la ultraderecha europea.
Pero también puede ser la más eficaz vacuna frente a ella, servir de acicate y revulsivo para acceder al fin a nuestra mayoría de edad, afirmarnos como unidad por encima de nuestras diferencias.
Con él gana la masculinidad más rancia y casposa, el desprecio hacia las minorías, el supremacismo blanco, los "matones de película", la apología del dinero y el vituperio de la solidaridad y la igualdad.
Pierde el resto, aunque no lo sepan e incluso lo hayan votado y, sobre todo, pierde la democracia.
Pero aunque ahora nos abrume la depresión, todavía no hemos perdido la esperanza. Y esta se llama Europa. Una primera lectura del resultado al otro lado del Atlántico puede dar la impresión de que la victoria trumpista dará alas a la ultraderecha europea.
Pero también puede ser la más eficaz vacuna frente a ella, servir de acicate y revulsivo para acceder al fin a nuestra mayoría de edad, afirmarnos como unidad por encima de nuestras diferencias.
El candidato a vicepresidente, JD Vance, se dirige a los seguidores
republicanos junto al expresidente Donald Trump y la antigua primera dama,
Melania Trump, este miércoles en West Palm Beach, Florida.
Lynne Sladky (AP)
elpais.com/opinion/2024-11-06/Fernando-Vallespin/
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