La cumbre de la OTAN en Bucarest, en abril, aceptó que Georgia se convirtiese en miembro de la alianza, aunque sin especificar la fecha. El requisito de que Georgia “resuelva” los conflictos de Osetia del Sur y Abjasia para acceder a la OTAN quizá explica por qué actúa ahora, ante una situación que ya duraba 16 años. Y podríamos preguntarnos, ¿qué se propone la Alianza Atlántica en medio del Cáucaso? ¿Tendría algo que ver con el gas y petróleo de Azerbaiyán, justo al lado? A su vez, la posibilidad de que Georgia entre en la OTAN, ¿habrá contribuido a la reacción rusa?
Sea como sea, es evidente que la hipocresía está por doquier. Y ahora que estamos en periodo olímpico, podríamos otorgar unos galardones en esta disciplina. Así lo ha escrito David Karvala en el diario Público y así os lo cuento:
La medalla de bronce en hipocresía la ganan los dirigentes georgianos. Tras años de haber sufrido la opresión rusa, nada les pareció mejor que negarles a los osetios sus reivindicaciones nacionales e intentar imponer el “Georgia, una, grande e indivisible”, mediante las armas. Georgia condena la agresión rusa, mientras se plantea traer de vuelta sus tropas de Irak, donde se supone que estaban de turismo, y no participando en ninguna operación militar.
Rusia gana fácilmente la medalla de plata. Ante el deseo de independencia de Chechenia –que tiene más motivos incluso que los osetios– Rusia respondió con guerras. Sus bombardeos han reducido la capital chechena, Grozni, a ruinas. Ahora, ante la agresión georgiana a Osetia del Sur –condenable pero de una escala mucho menor– se declara defensora de las minorías nacionales.
Oro para Occidente
Pero la medalla de oro en hipocresía, la gana Occidente. Sus logros son demasiados como para mencionarlos todos. Tras su operación en Kosovo, y sus bombardeos a civiles en Serbia, los dirigentes de EEUU y la UE no se ruborizan al criticar a Rusia por aplicar el mismo principio en Osetia y Georgia.
Cualquier activista antiguerra tiene el derecho y el deber de exigir un alto el fuego por parte de los contrincantes. Pero cuando lo dice la OTAN –que se negó durante todo un mes a exigir el fin de los bombardeos israelíes contra Líbano en 2006– hay que dudar de sus motivos.