"Ante Dios humillado, en pie sobre la tierra vasca, en recuerdo de los antepasados, bajo el árbol de Gernika, ante vosotros, representantes del pueblo, juro desempeñar fielmente mi cargo".
Actualmente, la sociedad vasca vive una etapa de democracia que, inevitable y afortunadamente, pasa por la separación de poderes, lo cual convierte los dogmas en creencias particulares de la ciudadanía, las creencias religiosas tienen acogida en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que deba imponerse a nadie, las religiones pueden decretar para orientar a sus creyentes qué conductas son pecado, pero no están facultadas para establecer qué debe o no ser considerado legalmente delito, la formación catequística de los ciudadanos no tiene por qué ser obligación de ningúna administración laica, como la vasca, aunque naturalmente debe respetarse el derecho de cada confesión a predicar y enseñar su doctrina a quienes lo deseen.
Si todos y todas las demócratas de este país estamos de acuerdo en el párrafo anterior, como no puede ser de otra manera, no debería resultarnos difícil aceptar y reconocer que las tres primeras palabras de la formula de juramento han quedado claramente superadas por una sociedad tan plural como la vasca.
Por todo ello, y partiendo de la base de que tan bueno y necesario como conocer, reconocer y valorar nuestras raíces y nuestro pasado lejano y próximo es saber adaptarse a las nuevas realidades de manera que garanticemos nuestro futuro, no puedo sino aprobar que el nuevo Lehendakari, sea del partido que sea, modifique parcialmente el histórico juramento.
Hacer sangre de una modificación al respecto, así como rasgarse las vestiduras por ello, sería difícilmente comprensible por un lado y despertaría la sospecha de que, en realidad, lo que se pretende es otra cosa.