Euskadi, por su complejidad, ha alardeado siempre de ser capaz de encontrar callejones cada vez más estrechos en la política. Todo cabía allí. Se le llamó transversalidad, pluralidad, a lo que muchas veces no eran sino puros ejercicios particulares. Siempre se puede ser más o menos nacionalista, más o menos socialdemócrata, más o menos independentista, más o menos socialista.
Recuerdo aquella vieja escisión de un pequeñísimo partido que se llamó LAIA. Se partió en dos y al menos fue sincero consigo mismo: uno se llamó LAIA Bai y el otro LAIA Ez. Y punto. Olvidémonos del polo soberanista, de posibles reunificaciones. Las razones son más profundas que tácticas. Más humanas. El problema de EA es que siempre sintió frío: dentro y fuera del Gobierno. Irse del Gobierno vasco mandando proyectos y dictámenes al Parlamento por la puerta de atrás sólo demuestra el volumen de su enfermedad.
Recuerdo aquella vieja escisión de un pequeñísimo partido que se llamó LAIA. Se partió en dos y al menos fue sincero consigo mismo: uno se llamó LAIA Bai y el otro LAIA Ez. Y punto. Olvidémonos del polo soberanista, de posibles reunificaciones. Las razones son más profundas que tácticas. Más humanas. El problema de EA es que siempre sintió frío: dentro y fuera del Gobierno. Irse del Gobierno vasco mandando proyectos y dictámenes al Parlamento por la puerta de atrás sólo demuestra el volumen de su enfermedad.