El pasado jueves Lokarri hizo públicas doce recomendaciones dirigidas a los partidos para «este tiempo sin elecciones» que representaría a su entender «una ventana de oportunidad para consolidar la paz». El contenido de su documento es una invitación a la práctica de una política entre ingenua y ‘bienquedista’, para lo que llega a aconsejar que las formaciones parlamentarias superen la dialéctica entre buenos y malos y sean flexibles en sus posicionamientos; un relato fiel de su insistente propósito por dibujar un «proceso largo y complejo» de paz.
Lokarri recuerda que el papel de la política es dar soluciones a los problemas de la sociedad. Pero debería preguntarse si con sus admoniciones no contribuye en realidad a eternizar un problema más fácil de resolver de lo que algunos están dispuestos a admitir. La solución está en preguntarse qué hacen unos cuantos activistas portando armas y jugando al escondite por territorio francés más que desempeñar un rol patético, por tirar por lo bajo. La propuesta final de Lokarri de que participen «entidades y personas que no forman parte directa del problema» es, en el fondo, una invitación al desalojo de quienes discrepen con la metodología instituida para engrandecer la cuestión pendiente complicando su solución.
El maniqueísmo nunca es aconsejable, a no ser que el mal absoluto aparezca en escena o se disfrace para asegurarse su sitio en la historia pasada. En un país en el que somos capaces de recabar firmas contra el ‘puerta a puerta’ para la recogida de basuras, entendiendo que hay una relación binaria –como diría Lokarri– entre una y otra recogida de los desperdicios domésticos, deberíamos avergonzarnos de mostrarnos tan delicados y comprensivos ante un asunto todavía sangrante. Si en la legislatura que ahora comienza las instituciones vascas asumen como propia la carga de responsabilidad que acarrean los enjuiciados por terrorismo y quienes se resisten a poner fin a ETA incurrirán en mucho más que un grave error.
K. Aulestia en Vocento