Un ciudadano que, digamos, resida como yo en un municipio cercano a Bilbao constatará, a poco que piense, que hay cinco instancias perfectamente identificables que tienen capacidad y poder de decisión, luego influencia sobre su vida. Pero no le costará nada admitir conmigo que hay otras instancias, no por difíciles de delimitar menos reales, que también deciden, y fuertemente, en su vida.
Además, con un poder inmenso y, en gran parte, invisible: es el poder financiero que resulta difícil delimitar, más que de forma tangencial. Ahora mismo, tras un estornudo de la Bolsa china, aquí nos hemos acatarrado. Estamos ante un poder inexistente hasta fechas recientes, un poder ignoto, volátil, en muchos momentos incontrolable, sin que nosotros, los vascos -poquitos millones entre Euskal Herria y la diáspora- tengamos prácticamente ninguna capacidad de decisión ... más allá de reflexionar sobre qué y cómo actuar para no desaparecer como tal pueblo vasco, lo que tampoco sería una novedad en la historia universal del género humano, dicho sea de paso y sin ánimo de ser agorero. Pero con nuestra tasa de natalidad …
Algo debiera quedar claro de todo esto. Que la capacidad de decidir, de las personas individuales y de los pueblos, es muy limitada. Otros deciden por nosotros. De ahí que me parece fundamental superar, en nuestra mente y en nuestros discursos, lo que ya es pasado: la soberanía como referencia vital.
Ya no hay soberanía absoluta en ninguna parte del mundo. Reivindicar "independentzia" es una quimera, es decir, algo que se propone como posible, sabiéndose de antemano que no lo es. Todas las soberanías son compartidas, luego relativas. También la europea, la española, la catalana ... e incluso la vasca.