Foto y texto recogido de elpais.com |
En términos narrativos nada épicos, el descabalgamiento del hijo político de Jordi Pujol exhibe tres vertientes. La más evidente es la personal, que subraya cómo la empecinada tozudez en aguantar contra toda base social, política y aritmética conduce únicamente al ridículo.
Más interesante es la derivada electoral: tres meses después del 27-S, la imposibilidad de investir a un presidente separatista demuestra que el presunto plebiscito seguramente lo fue, pero contra el secesionismo.
Y más definitivo aún es el daño colateral infligido a Junts pel Sí. Sus dirigentes se volvieron afónicos asegurando que Mas era imprescindible, que no había un candidato alternativo, que él era su único, experimentado y mesiánico líder. Y ahora resulta que este presunto líder muerde el polvo de la enésima derrota.
En nadie puede excusar su fracaso el retoño de Pujol. Él solo, contra viento y marea, y contra el consejo de sus más leales, se ha estrellado al intentar recabar el apoyo de un grupo anticapitalista, antieuropeo y antioccidental, justo todo aquello que como candidato despreciaba.
El tétrico final de Mas, aunque aún pueda adornarse de detalles más patéticos, no constituye un mal episodio para Cataluña. Es más práctico acabar una agonía que prolongarla. Y los catalanes suelen ser gente práctica.