La instalación provisional del padre del Rey en Abu Dabi, ilustra bien sobre el aturdimiento personal –político y seguramente moral- en el que se ha desenvuelto, y sigue haciéndolo, el monarca abdicado desde antes de su renuncia en el 2014.
La "salida" hubiese resultado más "normal" si el rey emérito en vez de acogerse a la hospitalidad de los jeques de Emiratos Árabes, una federación autoritaria, fronteriza con Arabia Saudí, escenario regional de algunos de los episodios más sórdidos y sospechosos de su irregular conducta, hubiese optado por otra más discreta, alejada de la plutocracia, próxima a España y en un entorno familiar y de amigos.
El precio de la grandeza, escribió Winston Churchill, es la responsabilidad. Y es la que le ha faltado a Juan Carlos I. Una carencia que va en detrimento de su mermada reputación.