Si por fin, de una vez, decidiésemos "divorciarnos laicamente de iglesias y negocios privados varios, como administración pública, nos ahorraríamos, por lo menos, los 11.000 millones de euros que le damos con nuestros impuestos todos los años a la Iglesia católica, entre exenciones, cegueras tributarias, subvenciones, pagos a colegios y residencias de ancianos, curitas de hospital que no curan nada y cobran, mezquitas de Córdoba y catedrales que facturan entrada sin cotizar al fisco, y otras santidades.
Vivimos en un estado aconfesional en el que la confesión nos sale muy cara. No creer en Dios nos cuesta casi un 1% del PIB.
De tu sueldo de mileurista, diez pavos. Su reino no será de este mundo, pero tu dinero sí. Tu dinero es el suyo, por muy anticlerical que seas.
En carrera alocada de sotanas hacia el fascismo,
se van levantando las negras faldas
delante de la democracia
como suelen hacer ante los niños:
"Nosotros, como católicos españoles, estamos a favor de defender la memoria de Francisco Franco porque salvó a la Iglesia católica española del exterminio, de la mayor persecución que ha sufrido durante veinte siglos de historia".
se van levantando las negras faldas
delante de la democracia
como suelen hacer ante los niños:
"Nosotros, como católicos españoles, estamos a favor de defender la memoria de Francisco Franco porque salvó a la Iglesia católica española del exterminio, de la mayor persecución que ha sufrido durante veinte siglos de historia".
La iglesia fue uno de los más poderosos agentes exterminadores de disidentes, propios y extraños, en España y en toda Europa. En 1943, el Papa Pío XII asistió a las puertas del Vaticano al exterminio de 8.000 judíos de Roma. No dijo nada. Los papas de entonces eran infalibles y sus silencios, también. No se quería exterminar a la iglesia, por muchos merecimientos que hiciere. La iglesia formó sociedad, en todo momento, con los exterminadores.