En un día como hoy, donde algunos se empeñan en que celebremos todos por decreto una religión u otra, es un buen día para lanzar un apoyo incondicional al laicismo en general.
La laicidad como principio de organización del Estado es esencial para el desarrollo de un sistema político democrático. Como garante de los derechos humanos y las libertades fundamentales, el Estado laico protege el derecho a creer, a no creer o a cambiar de creencias, consagrado en la Declaración.
La Declaración es una proclamación histórica de la universalidad de los derechos humanos y de la unidad de la humanidad.
Sin embargo, más de 70 años después de su proclamación, y a pesar de los inmensos progresos realizados, sigue habiendo muchos obstáculos a los principios de la Declaración.
Peor aún, movimientos políticos y religiosos los combaten abiertamente.
Fundamentalistas de todas las religiones, regímenes dictatoriales y belicistas, movimientos identitarios de diversas tendencias y la extrema derecha atacan los derechos humanos y el laicismo, cuestionan su universalidad y pretenden imponer su visión particular al conjunto de la sociedad. Esto sólo puede conducir a una guerra de todos contra todos.
Por el contrario, el laicismo y los principios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, al poner de relieve lo que tenemos en común, nos permiten vivir en una sociedad pacífica y cohesionada.