A Ricardo Blázquez le puso el apodo Arzalluz. “Un tal Blázquez”, le espetó con desprecio cuando se entero de que la Iglesia había nombrado obispo de Bilbao a un natural de Ávila. El tal Blázquez, sin embargo, se ganó después el respeto del nacionalismo moderado, al tiempo que las críticas del PP y del sector más duro de la Iglesia española, de aquellos que reniegan del cardenal Tarancón. Ayer Ricardo Blázquez, en su histórico discurso, reivindicó su memoria y recordó su papel aperturista. Sentado a su derecha, impasible el ademán, Antonio Cañizares, el obispo (del Alcázar) de Toledo, que dice que “la unidad de España es un bien moral” cuando se le pregunta por el Estatut. A su izquierda (y me refiero a la silla), Rouco Varela. Con esa escolta, el pequeño paso de Blázquez vale el doble.
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