Cuando un enfermo no reconoce la enfermedad dicen los entendidos que la cosa se complica y puede llegar a complicar la cura y la superación de la situación.
Cuando un Athletic juega como ha jugado este domingo pasado, hay que diagnosticarle una enfermedad clara e incuestionable. Yo no soy ni un gran técnico ni uno de esos que aparenta ser un entrenador consumado y gran conocedor de hasta los últimos detalles deportivos de nuestro club, pero ayer en San Mames, excepto los diez primeros minutos y los diez últimos, los comentarios generalizados de mi entorno giraban claramente en relación a la escasa entrega de alguno, la poca calidad de otros, la insuficiente sustancia gris de unos cuantos y la limitadísima capacidad del equipo de dar un espectáculo de calidad propio del equipo al que representan.
Y no se puede culpar al árbitro de nuestra triste situación. No pondré hoy en cuestión la filosofía del club, pero si bien es cierto que donde no hay mata no hay patata, también es cierto que determinadas fieras circenses, depende del entrenador o domador de turno, pueden aparentar ser fieras temibles o humildes gatitos desprotegidos.
La cosa pinta mal, la enfermedad está en el equipo y cuanto mas tardemos en reaccionar, mas costará superar la situación.