Es bien conocido que los suizos votan para decidir casi todo, sana costumbre democrática que ejercen sin mucho entusiasmo pero sí con frecuencia. La pasada semana decidieron prohibir la instalación de minaretes. Libertad de religión y mezquitas sí, pero alminares no. Así que los suizos no oirán al almuédano llamando a la oración desde el minarete, torre que a mí sí podrían plantarme delante del balcón.
París, Madrid o Londres, como muchas ciudades europeas ya conocen las mezquitas, tantas que algunos piensan que tal vez estemos invitando al invitado a ser invasor. Porque en esto de la libertad religiosa no existe reciprocidad alguna. No me refiero a lo que el corazón siente y cree, sino a la organización de nuestra convivencia. En ningún país musulmán, desde la poblada Indonesia hasta los occidentalizados Túnez o Marruecos, existe posibilidad de organizar una iglesia aun sin púlpito ni campanario; aquí pueden empezar a pedirnos la sustitución de las fiestas cristianas, el viernes por el domingo, ramadán oficial, la sharia como norma legal y los minaretes para anunciarlo, mientras, en ellos cualquier mujer sigue siendo mujer-humano de segunda con obligación de velo, chador, niqad o burka según el caso, y con problemas hasta para llevar pantalones.
Todos los párrafos anteriores lo he sacado del artículo que escribió hace unas semanas Nekane Lauzirika en DEIA.
Desde mi punto de vista, algo estamos haciendo mal. Respetar todas las ideas me parece de justicia e indiscutible. Ahora bien, ninguna idea puede permitir, estimular o practicar ningún tipo de descriminacion de sus miembros en la sociedad. Todas las religiones monoteistas de influencia en Europa lo hacen, pero ahora que empezábamos a superar las restricciones que la iglesia oficial por estos pagos nos imponía a todos, retroceder a mentalidades de decenas de años atrás, con el apoyo o el pasotismos de nuestros respectivos gobiernos europeos, me preocupa, y mucho.